Es profesora de música, pianista y compositora.
“Desde pequeña tuve mucha influencia en la música gracias a mi familia. En mi casa había muchos libros de mi padre que yo de vez en cuando hojeaba, me gustaba el olor pero pocas veces los leía. Cuando iba a la secundaria descubrí la poesía. Participé en un concurso literario escolar y gané el 1° premio (La Antología Esencial de Pablo Neruda) con una dedicatoria de mis profesoras que decía: ‘Para que el mundo de fantasías e imágenes que brotan de tu corazón y que irradian tu vida nunca se agoten’… Gastaba cuadernos enteros escribiendo las letras de mis canciones favoritas o traduciendo algunas en inglés y analizaba lo que querían decir y como lo decían, (aún lo sigo haciendo).
Escribí mi primera canción luego de recibirme. Cuando la música completa lo que alma va dictando fue una sensación única. Conocí a Adriana Petrigliano en un momento duro y crítico de mi vida. Yo tenía mucho para decir pero también tenía mucho miedo de hacerlo y ser cuestionada. Comencé sus talleres literarios “Los Imagineros” y algo en mí hizo un clic.
La música es mi gran amor. Componer me libra. Escribir me sana…”
TEXTOS PREMIADOS
Ella se enamora todos los febreros de cuenta.
Se enamora de los “sin piel”.
Dice que tus ojos huelen a vino de domingo.
Dice que el lunes posaste en su cintura una albahaca y tu luna le besó la sien.
Dice que el martes vio tu cuerpo ardiendo bajo el cielo y el deseo la quemó.
El lagrimal se le engruda cuando desnucado en el fuego te ve partir.
Que alguien le diga a la pobre que enamorarse de un muñeco es cosa turbia, que no hay ritual que lo devuelva, que vino solo a eso.
A morir.
Mención Especial – del 1° Concurso Te Cuento la Chaya – año 2018 (Organizado por la Secretaría de Cultura de la Provincia)
Le dicen la Chabela.
Tiene encima todos los años y arrugas que se pueda tener en un metro de cuerpo.
Vive en la cuesta de Huaco y es una curandera. No digo esto a menudo pero es mi bisabuela. Tampoco digo la palabra curandera muy seguido, porque me han retado y fajado por eso una tracalada de veces.
– No es lo mismo “curar” que ser curandero ¡Entendé! (y fajjj) –
Y no. No es lo mismo. La Chabela cura del empacho, la paletilla y también de la ojeadura. Yo, su única bisnieta mujer, soy su ayuda desde los 5 años. Fue mi partera y decidió mi destino desde que estuve en el vientre de mamá. En casa contaban que la vieja adivinó cuando fui concebida y ella presumía la anécdota levantando las pesadas tetas detrás del delantal. Ha enterrado a todos los viejos de la cuadra, a varios hermanos, a la Nona y el Tata, a Papá, a Mamá, y ella sigue, no sé cómo.
Todos vivíamos juntos. Generaciones completas de gente amontonada en una casona precaria pero con muchísimos pasillos y piezas por cualquier lado. Eso nunca estuvo bien. Nunca.
A pesar de que éramos muchos, en mi casa siempre había otra gente. Ningún juego, siesta o almuerzo duraba lo necesario cuando alguien necesitaba de los servicios de la Chabela.
La vieja pegaba un solo grito y ya me tenía ahí, atrás de sus caderas de roble pispeando a los adoloridos.
Al principio escuchar los gritos o los llantos me asustaba mucho, pero con el tiempo y un par de chirlos me hice de coraje.
Los agonizantes llegaban a pie, en mulas, en bicicletas pashas, en 4×4, polarizados o carros destartalados, no importaba la edad, ni el sexo, ni el color, venían como agua de creciente desde el centro, las orillas, los barrios privados y las grandes capitales.
Generalmente los recibía su marido, Nazario, viejo secote de una sola ceja que se hacia el buenito con los extraños y a nosotros nos tiraba con los limones del patio. Cuando al fin murió yo tomé ese papel y colgué de una viga vieja al frente de casa, una especie de campana para escuchar a los enclenques.
Los hacía entrar a la única piecita pintaba de toda la casa, donde había un catre, un banquito para los acompañantes, un estante con agua bendita, vendas, santitos, ungüentos, vino patero y un crucifijo cerca de la puerta que tenía enredado ruda y ramas de olivo.
Ahí, ya estaba la Chabela y los desconcertaba siempre con su frase de voz pesada y ronca:
– ¡Pasen, pasen! Los estaba esperando. ¿Qué les anda pasando? –
Luego lo que pasaba era siempre alarmante.
Ellos contaban la situación, mientras ella relojeaba al enfermo. Si era ojeadura los podía curar hasta de parados. Cerraba los ojos se persignaba la frente y la boca, ponía su mano izquierda en su cabeza llena de ruleros y la otra sobre la cabeza del doliente, de vez en cuando le dibujaba cruces imaginarias en la frente y comenzaba a bostezar. Cuando los bostezos eran seguidos y no podía terminar ni una frase de la oración, el paciente estaba atravesando un fuerte mal de ojo. Ahí intervenía yo, le acercaba unos ramitos de ruda, el rosario y unos atados de ajo que la Chabela revoleaba por el paciente y a veces por los acompañantes.
Cuando venían bebes y niños seguro era paletilla. Había que preparar muy rápido vendas, cintas, ungüentos y buscar algunas galletas para que se dejen atender.
Ella decía que los pequeños en sus sueños veían algo malo y ahí se les abría el pechito.
– Para tener el pechito abierto gritan muy fuerte ¿o no?… (Y fajjj de nuevo)
Cuando tenía 8 años, le pregunté qué era lo que decía mientras curaba de la paletilla. Me agarró la cabeza con sus calientes manos callosas y me prometió que antes de morirse me iba a pasar el don a mí, para que yo después siga curando.
Fue la única vez que sonreímos juntas.
Los años pasaban y yo tenía 10, 12, 14 años y ningún don. Sabía que la vieja me mentía o por lo menos no estaba en sus proyectos morirse todavía así que comencé a memorizar todos sus rituales para empacharme de ellos y aprender solita a curar.
Para la paletilla ella agarraba un hilo rojo de un extremo y el otro debían sostenerlo firmemente en la boca del estómago del enfermo. Lo primero que había que hacer era medir el empacho. Tomaba distancia, se persignaba y medía tres codos hasta el enfermo, hacía la señal de la cruz, volvía a medir, señal de la cruz, medir. Así mientras rezaba un padre nuestro o a veces algo en otro idioma (nunca le pude leer los labios). Cuando la cinta se cortaba significaba que el paciente estaba empachado por demás así que debía continuar la curación por otros tres días.
A otros les medía las piernas y si una estaba más corta que la otra les sacaba la remera, los acostaba boca abajo y les tiraba el cuerito del medio de la espalda hasta que hacia: ¡Track!
Luego de los gritos, las suplicas y los llantos venía la mejor parte: el agradecimiento.
Ella se sentaba en su sillón a reponerse y seguir rezando decía. Nunca recibió ni un centavo por esto, incluso algunos se tardaban más rogando que les reciba los billetes que lo que había durado el servicio. Ella jamás cedió. Pero a la casa siempre llegaban nuevos regalos: gallinas, rosas, zapallos, colchas, garrafas, juegos de vasos, cuchillos de plata, envoltorios de carne, muebles, cuadritos pintados por niños, incluso una vaca.
Dicen que los años le cayeron con todo a la Chabela, que ahora “cura de palabra”, o distancia, que les reza a quemados o empachados y hasta elije sus pacientes ojeados.
Yo no la volví a ver nunca más.
Cuando tenía 15 años se negó a curarme un empacho que abultaba mi vientre mes tras mes. Pero ella siempre le creyó a mi tío.
Aunque los años han pasado no volvería nunca a esa casa, ni a esos ritos, ni a esa pieza. Quizás ella tampoco me lo permita.
Solita encontré mi don para sanar.
Soy médica.
2° Premio del Concurso de Cuentos de la Feria del Libro 2019 – categoría C
LETRAS DE CANCIONES PREMIADAS
Bajo el árbol, el abrazo nace
Mientras a las hojas se las lleva la sonrisa
Por sentir tu voz.
El rocío moja las miradas.
Y si Dios supiera, nos conocemos de siempre
De raíz.
Y pasa un rayo de sol,
Por las rendijas del cielo en tus besos.
Por las rendijas del cielo en tus besos,
De esos, que calla mi voz.
Cuando cae la tarde en su piel morena
Su aura se tensa y estalla en luz.
En el núcleo, la corteza sana.
Se bañan de angustias y alzan torres de esperanzas
Para amar.
Y pasa un rayo de sol,
Por las rendijas del cielo en tus besos.
Por las rendijas del cielo en tus besos,
De esos, que calla mi voz.
Cuando cae la tarde en su piel morena
Su aura se tensa y estalla luz.
Besos, de esos, que calla mi voz.
Besos, de esos, que calla mi voz.
Besos, de esos, que calla…
Canción ganadora de una Beca para participar del II° Encuento Argentino de Composición e Improvisación Musical – Año 2013 (Organizado por el Fondo Nacional de las Artes en la Provincia de San Juan)
Son las tres de la mañana
Y la luna se hace carne en mí
El roció crece sofocado de raíz.
¿Por qué caminas de costado?
Tal vez tu tierra se ha secado.
El precio de este sol es caro
Ya no cabe en su calor
Y no me encuentro en el pasado
Sin su luz.
Persignarse ante su voz.
Con la mano nubes dibujar
Y así agüita caerá,
Para nuestro suelo, por rezar.
Persignarse ante su voz.
Implorándonos perdón.
Que el cielo se canse de llorar
Y así la Fe crece un poquito más.
¿Porque el parche está llorando?
¿Quién es aquel al que has rezado?
Y el trueno cae entre mis manos,
La plegaria se cumplió
Y el agua llena tus abrazos de color.
El precio de este sol es caro
Ya no cabe en su calor
Y el agua riega los pecados
Con su luz.
Letra y música ganadora del Pre selectivo provincial en rubro Canción inédita para Pre Cosquín 2018
El roció se va y me deja sola
Quebrando estas ramas.
Volveré cuando acabe el ritual
Volveré a buscarte.
La oración llega a mí y entre mi garganta
Algún llanto se escapa.
El fogón está a punto de arder
Volverás hecho zamba.
Arrodillada en el fuego,
Voy a invocar un lamento.
Voy a hechizarme la piel,
Cobijando tu luz.
Yo soy el fuego.
Esta hoguera me llama
Tu abrazo anhelo.
Van crujiendo las ramas
La noche descuelga en su brisa destellos.
El humito danzando se va
Aromando mí ensueño.
El calor despertó, la ceniza posa
Su negro en mi frente.
Tu contorno viene a acompasar.
Esta zamba te trae.
Letra y música ganadora del Pre selectivo provincial en rubro Canción inédita para Pre Cosquín 2020