“Nací en la ciudad de Buenos Aires, cerca del río marrón de Borges… Vivo en la ciudad de La Rioja, cerca de montañas que siempre son azules… Escribo . Coordino talleres literarios. Susurro poesía por la calle con un grupo de ‘susurradores’”.
Publicó de manera artesanal:
Premios que ganó:
El frío cordillerano le apretaba , aún hoy, cada hueso.
Allá en Santiago de Chuco o en Trujillo, le dolía el hambre.
Pero aquí, la soledad del Ande lo perseguía y le cavaba hondos pozos en el alma.
Se le deshilachaban los recuerdos y era jueves. Y era otoño.
El otoño le arrinconaba la memoria y el hambre seguía persiguiéndolo.
Con nada, ya, se le llenaba el estómago dolido.
No era pan lo que le faltaba, el hondo pozo del alma, se estiraba dañino dentro suyo.
Volviendo atrás los días, la memoria le acercaba las caritas morenas que llegaban a diario a la escuela.
Se vio, frente a ellos, tan vacíos y tan solos, que ni la taza de leche hirviendo sostenía la pena.
El poncho desflecado no defendía la puñalada del invierno, y los pies, descalzaban miseria.
Recordaba con precisión cada jornada con la rabia sorda de los dolores estrenados.
Y se le vino encima aquella muerte absurda de tan poquitos años que no aguantó la hambruna.
Puco. Puco le decían y así lo llamaba él cada mañana para entregarle el tazón de leche caliente.
La clase era imprecisa. Poco necesitaban esas almas.
Los números, debían alcanzar para contar ovejas.
La geografía, hasta donde los ojos abarcaran.
Pero César insistía y les enumeraba palabras imposibles: Ciudades, Mares. Océanos de arena, y él mismo, por esos años, soñaba ya con el París fantástico y ruidoso.
Puco casi no hablaba. Saboreaba despacio la escasa leche y hacía durar el trozo de pan más de la cuenta.
Cuando llovía, como hoy en París, Puco llegaba empapado. Era uno de los pocos que se acercaban a la escuela con ese tiempo. Pero llovía poco…y él, recordaba su infancia exactamente igual, manoseada por la miseria gris y permanente.
Pero César tenía a su madre, prodigiosa paloma de panes y de choclos.
Puco era huérfano, y en el puesto, apenas lo tenían para cuidar ovejas.
Recordó minuciosamente los ojos oscuros y asombrados, las manitos ásperas y el pelo enmarañado.
Pero le dolía la mirada.
Aún hoy, le dolía la mirada. Asustada y esquiva.
Casi nunca participaba de la clase, y cuando César le preguntaba algo, sobaba desesperado la punta del ponchito y apenas balbuceaba.
Hoy se le vino encima el recuerdo y empezó a romperse en pedacitos la memoria malvada.
Le avisaron de la muerte de Puco tempranito en la mañana.
La bruma del Ande apenas levantaba su velo azul.
La procesión, diminuta y serpenteante, que llevaba el cajón, orilló los cerros bajos.
Una campana, tocaba a muerto mucho más triste que de costumbre.
El cementerio, abrió otra boca terrosa y allí quedaron los nueve años de Puco, prisioneros de sueños incumplidos.
El sol, esa mañana, brilló igual e indiferente.
Y volaron los pájaros y los chiquillos bebieron su tazón de leche y aprendieron una palabra nueva.
Puco, fue una ráfaga apenas, de miseria, hambruna y de pocas ovejas y ajenos horizontes…
Y hoy, jueves, jueves de otoño en París, se le llenaba la memoria de esos días para garabatear en pocos versos:
“…jueves será, porque hoy, jueves que proso
estos versos, los húmeros me he puesto
a la mala, y, jamás, como hoy, me he vuelto
con todo mi camino, a verme solo.”
El cuarto, se le venía encima, atestado de dolores.
Decidió morirse un jueves.
Cercada estaba su alma y Puco, allá en el Ande, le tironeaba las tristezas y se sumaban cientos y miles de Pucos desolados.
Ningún camino se traza para ellos…
Las fauces de todos los cementerios se abrirán inexorablemente apronto.
Hoy, era tarde de recuerdos.
Deshilachados y dolidos.
Decidió morirse un jueves.
“hoy sufro suceda lo que suceda.
Hoy sufro solamente.”
César Vallejo, murió, dicen algunos diarios.
Es otoño, quizá sea jueves, y París llueve sobre sus huesos tristes.
Mención especial Concurso de Cuentos Feria del Libro La Rioja, 2006
Cuando levantó la mano hasta el lugar correcto, aparecieron… mejor dicho, lo supo.
Cayeron sobre su espalda, categóricas, rotundas, las cifras.
La boca, en una mueca de dolor, quiso pronunciar la última de las 123.205.340 palabras que le fueron dadas. Pero sólo pudo pensarla. La palabra fue “mierda” (podría haber sido más dulce, más clara , una palabra que perdurara en la memoria si alguien pudiera escucharla. Pero no, fue ésa: mierda.)
Luego sintió ese olor agrio, como de estación de trenes, que siempre había subido desde las piernas de todas las mujeres que tuvo, que le fueron entregando algo parecido al amor. 4.239 veces, ni una más ni una menos. Un olor agrio que sin embargo tenía la belleza de lo cierto, la confirmación de la vida… 4.239 veces…¿por qué llegó hasta él ése y no otro olor. Eso no lo sabía, pero sí supo que su piel no era la misma. Que se la habían ido arrancando, por lo menos, 12 veces, sin piedad, sin urgencias, en fino polvo, en extenuadas escamas, en caricias que se desprendían huyendo de él y que si uno quería, podía ver, a través del sol de cualquier tarde. Supo que 12 veces había renacido. Aquí se dio cuenta de manera brutal que las primeras personas amadas no estaban en su piel. De allí también se habían marchado. Allí tampoco las encontraría.
En ese preciso instante, minúsculo, quieto, una lágrima cayó.
Fue la última. La que determinaba los 61 litros de ¿penas? ¿tristezas? ¿dolores? ¿broncas? Que lo habían atravesado. 61 litros… y como en un juego extraño su mente las guardó en azules botellas, verdes botellas, blancas botellas de lágrimas, vivas, muertas, lloradas, arrancadas de cuajo, derramadas, desbarrancadas…ni un litro más ni un litro menos. Lo asignado.
El hombre tuvo tiempo de saber que los 24.887 km caminados, no lo habían llevado a ninguna parte, o que sólo lo habían acercado a este lugar. A esta palabra. Y tuvo un cansancio nuevo. Un cansancio que fue subiendo por los huesos (que tampoco eran los mismos)
Su cabeza golpeó contra el piso (baldosas amarillas, con arabescos marrones, gastadas, pulidas, suaves) y al chocar, el primer recuerdo, el que nunca se pierde, regresó (un susurro un aleteo un crujido roces gozo espasmo herida luz el universo alas resistencia dolor sangre aguas sin profundidad pero profundas océanos tibios de madre origen espera final y el llanto el grito la primera palabra que no se pronuncia y permanece hasta llegar a ésta, la última) allí estaba ese recuerdo, ahuecando la imagen de baldosas pulidas.
Y el cansancio derribó en él antiguas paredes y preguntas.
¿para qué, al fin? ¿para quién?
Nunca supo porqué supo, definitivamente, sin duda alguna, que durante toda su vida, 40 toneladas de basura había creado él sólo, sin ayuda. Vaciando. Vaciándose, arrojando y arrojándose. ¿para qué? ¿para llegar a esta palabra?
Supo también con una certeza de cuchillos, que los caminos recorridos jamás le habían mostrado este final y que los 104.390 sueños soñados, no le habían anticipado nada.
Cifras, números, datos que sólo caían sobre él. Que eran él.
Datos que nunca quiso saber y que sin embargo sabía.
Cifras que acercaron la boca a la baldosa, la palabra a la boca, la lágrima a su última botella… entonces parpadeó.
Ese parpadeo fue el último de los 415.000.128 asignados, y algo parecido a un vapor húmedo se escapó de su boca entreabierta, y nada más.
La palabra mierda, no fue dicha, y entonces no se sumó a los millones y millones de palabras que retumban en algún sitio, de las que nadie se hace cargo, palabras desmadradas que nadie volverá a escuchar, pero que permanecen intactas, redondas, planas, suaves, mordaces, vírgenes, raposas, salobres y oscuras o brillantes.
Dejando muy quieta la mirada en ningún lugar, el hombre murió.
Al otro día, siguieron las cifras adueñándose de su historia:
-fue el suicidio Nº…provocado por la depresión…
-fue el Nº tal provocado por arma de fuego…
-fue el Nº tal ocurrido a las 19,48, hora estipulada como la de mayor incidencia en la conducta suicida…
-fue el trámite municipal Nº…
Todo esto el hombre ya no lo supo.
De las 1.700 personas que conoció a lo largo de toda su vida sólo supieron de su muerte aproximadamente 30, se conmocionaron unas 12, se entristecieron 8 y lloraron por él, verdaderamente, 4.
Según un estudio realizado en universidades alemanas, un hombre que vive aproximadamente 78 años:
-pronuncia 123.205.340 palabras
-tiene 4.239 relaciones sexuales
-cambia su piel, completamente , 12 veces.
-derrama 61 litros de lágrimas.
-camina 24.887 km.
-lo más viejo que posee es su primer recuerdo.
-genera 40 toneladas de basura.
-tiene 104.390 sueños.
-parpadea 415.000.128 veces.
-conoce a 1.700 personas.
1º Premio Feria del Libro La Rioja, 2008
I –
Una. Una sola vez voy a decírtelo pendejo de mierda y lo vas a entender.
Se acercó, lo tomó de los hombros y lo sacudió.
Al chico se le movió el flequillo, como si fuera viento. Pero no era.
La madre acercó la boca a la cara del chico .
La mujer sacó la mano de un hombro y le apretó las mejillas. La boca del chico quedó como una mueca.
-¡me duele ma!- dijo de manera rara.
– vas, golpeás hasta que te abra, porque el muy hijo de puta va a espiar y no va a querer abrir. Vos pateá, gritá, rompé la puerta si podés. Pero que te abra.
El chico dijo que sí con la cabeza y una lágrima finita había empezado a caer por su cara.
La madre seguía, ajena.
-cuando te abra, no le des tiempo, y así (hizo un gesto como de abrazo) lo agarrás de las piernas y le decís ¡hola papito! Pero no lo sueltes eh! Tenelo abrazado.
El chico seguía diciendo que sí con la cabeza.
-después, ahí nomás, le decís que se te cayó un diente y le mostrás, abrís la boca y le mostrás…y le decís que con la plata que te trajo el ratón Pérez no podés comprarte las zapatillas y ahí nomás se las mostrás…a las zapatillas…
El chico seguía diciendo que sí.
Preguntó:
-¿no puedo ir con los zapatos de la escuela?
-¡ves que sos un pelotudo! Vas como yo te digo, decís lo que te digo que digas…pendejo de mierda!
Ya lo había soltado. Al chico le habían quedado dos marcas rojas en la cara. La mujer se sentó, como despatarrada, en una silla. Prendió un cigarrillo. Miró hacia la esquina de la pieza. El cochecito lleno de ropa sucia, zapatos y zapatillas, botellas y cajas de vino…todo parecía amontonarse en esa casa. El chico la miraba como ausente.
En ese momento estaba pensando que a Huguito el ratón Pérez le había traído 18 pesos, pero él no tenía que usarlos para comprar zapatillas, el vio como se las compraba la madre una tarde, y hasta las elegía. Pensó que a él, aunque su mamá le hiciera decir otra cosa, el ratón Pérez no le había traído nada.
-ya vendrá…ya vendrá. No es con todos los dientes, es con los importantes- le dijo un día.
Esto pensaba el chico cuando un ruido como de piedras cayendo, muy lento, hizo que mirara hacia donde estaba la madre. Se le hizo un nudo en la panza. Se dio cuenta que estaba llorando, y lloraba como en silencio, lloraba raro su mamá.
-no llores mami. Le voy a decir todo. Yo le digo todo y le muestro que me falta el diente y le digo que en el cole me va bien y le digo…
-¡calláte! –gritó la madre- si no quiero un muestrario de tus maravillas. Lo que quiero es que le saques plata, ¿entendés? …decime, ¿entendés?
El chico dijo que sí con la cabeza y salió. Todas las semanas pasaba lo mismo.
Un día era el diente, otro la libreta, una vez fue una receta..
El chico sale. Le parece que su mamá tiene mucha imaginación, por eso del ratón Pérez y los dientes importantes…igual, él no sabría decir qué diente importante había perdido Huguito, porque estaba en el mismo lugar que el suyo…
Llega hasta la esquina. Sabe que si dobla para la izquierda, a tres cuadras nomás, está la casa del padre. La última vez le dijo que se mandara a mudar. Si dobla a la derecha y sigue, llega a la estación, veinte cuadras más o menos. Se acuerda de una vez que viajaron sin boleto con la madre, y fue divertido, cruzaban de vagón a vagón, y el tren andando y la madre que le decía, dale, dale, que ese señor juega a que nos persigue y le estamos ganando…
A lo mejor se lo encuentra otra vez y pueden jugar un rato.
Sí, ya está. Se va a la estación.
Después de todo, un día le dijo, -¿por qué no vas vos mami? A vos te quiere, te invita a entrar y te dice que tenés el pelo lindo…dale, andá vos.
Se sube al tren. Y vuelve a sentir un nudo en la panza. Lo único fiero va a ser dormir en Constitución piensa. Y encima allí, el ratón Pérez no va a encontrarlo.
II –
Que se vaya, sí, que me deje de joder de una vez por todas…que el diente, y los ratones y la puta madre que lo remil parió…que se vaya, como el padre y como los otros, al fin y al cabo es para lo único que sirven…para irse.-
La mujer está en una esquina de la pieza, sentada en una silla. Apenas murmura y mira todo desde sus ojos nublados por el vino. “Ojos sucios”, así le había dicho la patrona una vez:- vos mirás con ojos sucios…-primero le dio bronca, pero después lo pensó mejor. -¿cómo se lava la mirada, pelotuda?- pensó- ¿con tu jaboncito perfumado?- Y quiso soltarle todo como una bocanada áspera, todo lo que sabía y lo que creía saber (después de todo, que el marido le tocara el culo y le metiera mano no significaba que fuera cornuda), pero no lo hizo.
La mujer respira de manera pesada, como entrecortada, y el chico la mira con insistencia, como esperando algo.
Entonces se acuerda de golpe de cuando ella tenía esa edad, sí, andaría por los nueve o diez …la madre la había “dado” a una familia muy buena, que además de hacerla fregar todo el día, la molía a palos, “por las dudas” decían.
Ella había perdido también los dientes, a veces ella sola y otras (dos dientes) cuando el marido de la señora le pegó esa trompada, y qué ratón Pérez ni ratón Pérez…y de más chica también, la mandaban a pedir o a “moniar” que era lo mismo pero con una payasada.
Antes de darla, cada tarde, la madre la peinaba con agua, bien achataditos los pelos, y le sobaba las rodillas con el mismo trapo que limpiaba los platos. Ella entonces ya sabía qué seguía:
-Vos le decís a don Luis que te fíe hasta más tarde nomás…y si te pone cara fiera, miralo fijo, fijo a los ojos, a ver…así, sí…así, y tocale la pierna, un poquito más arriba…y hacete la simpática ¿entendés? Con esa cara de susto al viejo no le sacás ni un pan…
Ahora que lo piensa fue el viejo el que le dijo eso de los dientes importantes, y ella lo había creído.
A esa edad les creía todo.
Hasta lo de esa mañana, cuando el marido de la señora le pegó. Siempre le habían pegado, pero la idea se le vino a la cabeza esa mañana….porque el bife vino sin aviso, en la boca, que estaba llena de ese puñado de azúcar blanquito que guardaban en el tarro decorado con un paisaje de barcos y nubes.
-¡ladrona de mierda! Y la boca, hasta ese momento dulce, se le llenó de sangre y de tristeza.
Salió corriendo.
Se acordó de eso de “los dientes importantes”…¿y éstos que se le cayeron cuáles serían?
Llegó hasta la esquina.
Sabía que si doblaba para la izquierda, a una cuadras nomás, estaba la casa de su madre. La última vez, cuando llegó llorando a pedirle que la dejara quedarse, le dijo que se mandara a mudar.
-si doblo a la derecha y sigo, llego a la estación.-
-los trenes te llevan lejos- dijo don Luis un día, que al final era el único que le decía cosas útiles.
Sí, ya está- piensa- se va a la estación.
El vestidito le queda medio largo (es para alguien más alto que ella) y como se limpió con la mano la sangre de la boca, y después se lo quiso acomodar, tiene unas manchas, pero se mezclan con las flores de la tela.
Si la viera su mamá, los pelos parados, ahí nomás se los achataría con agua, y con el trapo ese sucio que limpia todo quizá le sacaría la sangre seca de la boca. La estación está casi vacía cuando sube al tren…
Cuando siente el ruido de la puerta se sobresalta, y se da cuenta que su hijo se fue…. ruega bajito para que consiga algo.
III –
Cuando el chico vuelve ya es muy tarde. Sabe lo que le espera, pero está acostumbrado. Menos mal que pudo subirse al último tren…
Lo pensó mejor. A su papá no lo encontró, pero cree que sí estaba, y no quiso verlo.
Abre despacito la puerta. La madre está dormida en la silla, contra la pared. Un hilo de baba le cae de la boca entreabierta. Se siente pesado el olor del vino. Se nota que estuvo llorando. ¡A él le da una lástima tan grande verla así! A veces quisiera peinarla un poquito, acomodarle la ropa, pero sabe que en cuanto despierte, todo volverá a empezar.
No hace ruido.
Se acuesta y piensa en Huguito y en los dientes importantes.
Y cree, cree con fuerza que eso debe ser así. Porque él sabe que su mamá guarda dos dientes chiquitos en una caja con un vestidito de flores y cada tanto los mira con tristeza o con orgullo, no sabe muy bien. Pero los guarda como algo importante.
Entonces se duerme pensando en la única cosa que dice su mamá a veces: -irse es la misma mierda que quedarse.
1º Premio Feria del Libro La Rioja, 2016
Tenía dientes postizos. Cuando hablaba, hacía intentos para que no se le salieran, porque estaban flojos. Además, eran de un blanco raro, en realidad amarillo , amarillo sucio.
Tenía dientes postizos y cuando comía, un ruido desagradable le salía de la boca.
Tenía manos grandes, oscuras, secas. Manos de plantar árboles, o arrancar verdura. Manos de machete, de pala. Tenía manos de no caricias.
Tenía una caja de zapatos con cosas.
Cartas, alguna foto vieja, con bordes recortados como volados chatos, en blanco y negro. En las fotos siempre está él, pero con los otros dientes, los suyos, se le nota porque en todas le faltan algunos.
Las cartas eran de su madre, con esa letra redonda, rara, que flotaba en los renglones. La madre no le escribía, se las escribía el patrón. Ella no sabía leer ni escribir y le decía al patrón lo que quería mandar a decirle. Algunas veces, de puro hijo de puta, el patrón le escribía cualquier cosa…y cuando él las leía quedaba como raro y pensativo.
Algunas otras cartas eran de su hermana, ésa sí sabía leer y escribir y coser. Era profesora de Corte y vivía lejos.
También tenía en la caja un llavero, un escudito de Perón, de esos de lata pintada y otro llavero, de plástico, con la foto de un nieto del que no se acordaba el nombre.
Tenía una casita. Chica. Una pieza y el baño. Le alcanzaba.
Tenía en alguna otra caja unos papeles que decían que había cumplido con la Patria, con el servicio militar y eso le daba cierto orgullo casi infantil. Otros papeles decían que había pagado ya por retorcerle el cogote al negro López, en la finca del sur, cuando lo de la Malvina y a ese papel casi no lo miraba porque le recordaba los ojos del negro suplicando y queriendo explicarle lo que él había visto tan clarito. Había pagado 15 años decía ese papel, y cuando salió, la Malvina ya estaba acoyarada con otro y los hijos desparramados andá a saber dónde. Al final lo había limpiado al pedo al negro.
Tenía un cuadrito del Sagrado Corazón y uno de San Expedito, de ésos brillantes que si vos te movés parece que ellos también se mueven. Les rezaba y les pedía. Algunas veces le habían cumplido, pero pocas.
Tenía un vasito en la mesa de luz, con agua, para poner los dientes. Eso le había dicho el doctor, y todas las noches los dejaba ahí, como si se sacara la risa.
Pero esa noche no se los iba a sacar.
Tenía también en la mesita de luz la soga y al lado el banquito (se lo había hecho a uno de los nietos, con maderas buenas, duras, pero nunca se lo había podido dar)
Con eso le alcanzaba.
Lástima lo del temblor de las manos que para hacer bien el nudo era un problema…
Y tenía una decisión tomada.
Y además, en la misma mesita de luz tenía el sobre con el resultado.
A él, el cáncer no lo iba a joder, eso, seguro.
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Los ojos del negro López el culo suave de la Malvina la cara paspada de alguno de los hijos cuando chico las cartas de la madre el escudito de Perón y su voz repitiendo bajito Viva Perón carajo! los ojos del negro López la última vez que vio a uno de los hijos de lejos en la estación y no supo si era o no el sobre la soga el nudo el banquito el vacío y el vaivén del cuerpo el vaivén acompasado como si un baile raro bailara suspendido en el aire oscuro.
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Un golpe seco sonó en medio de esa nada. Los dientes del viejo se le cayeron de la boca. Siempre estuvieron flojos.
3° premio Feria del Libro La Rioja, 2017
En el absurdo de cualquier mañana
Se desata la furia de todo lo que es definitivo
Y mientras tiembla el miedo
En ese lugar del alma tan esquivo
Alguien debe esconder tu ropa y tus zapatos
Y guardar para nunca tus juguetes.
Alguien debe olvidar (pero esta vez es para siempre)
La palabra felicidad.
No es ni una copa quebrada ni un pedir la esperanza.
No es cuestión del tiempo que cura la mierda de todas las heridas…
Cuando se muere un hijo
Es simplemente un punto final.
Definitivo.
Es el peso del mundo que cabe entero
Entre un latido y lo que resta.
Cuando se desata la furia yo miro al cielo.
Lo juro.
Y dudo.
Finalista del Concurso Jovellanos “El mejor poema del mundo” – España, 2016